lunes, 17 de diciembre de 2012

​LA REBELIÓN DE LOS PASOS/ y II. LA AMENAZA DEL PASO ALPUJARREÑO

​LA AMENAZA DEL PASO ALPUJARREÑO

Este artículo, continuación del anterior publicado en este blog con el mismo nombre, escrito hace cuatro años, ya anticipaba la gran amenaza que para nuestro modelo social y económico suponía la extensión del hábito andarín entre la población. Tras varios años de pertinaz crisis comprobamos que la realidad está superando nuestros peores vaticinios: ellos, y no los bancos, ladrillos, ratos y rajoys varios, son los culpables de este formidable desaguisado. Ellos, senderistas y caminantes de medio pelo, lectores y conversadores ociosos, subversivos peripatéticos de variada jaez, han provocado la caida del consumo y el desplome del chiringuito.

......Noviembre 2008......

​Recordarán los lectores que hace unos meses advertíamos desde estas páginas de los peligros que entrañaba para nuestro modelo social la expansión incontrolada del fenómeno senderista, la así llamada rebelión de los pasos. Asimismo nos comprometíamos a informar de la evolución de tan perniciosa forma de subversión andarina. Pues bien, las noticias que nos llegan no hacen otra cosa que aumentar nuestra inquietud. A los infortunios ocasionados en la economía regional por los desmanes senderistas: restaurantes, bares, centros comerciales e iglesias vacíos los fines de semana; indiferencia hacia las retrasmisiones deportivas, prensa del corazón, resorts turísticos, sector de la moda, etc. se añade ahora la desdichada práctica del PASO ALPUJARREÑO, recién importada por los senderista murcianos, tras una corta estancia el la Taha de Pitres.
​Tras denodados esfuerzos por parte de las fuerzas de seguridad en colaboración con los servicios de inteligencia, el gobierno regional consiguió infiltrar a algunos agentes entre las huestes de esa secta, de ese engendro, de esa lacra social que se hace llamar Grupo Senderista de Murcia. Sí, aquél que comentábamos que andaba liderado por el tal José Antonio de Torreagüera. Ese sujeto menudo, porfiado, ubicuo y escurridizo, cuyo control tantos quebraderos de cabeza da a quienes pretenden frenar sus pasos.
​Lo cierto es que los resultados de esa infiltración no podían ser más funestos. El primero de los funcionarios consiguió inscribirse en una actividad senderista por el Cabo de Gata. Sorprendió que le resultara tan fácil el introducirse en el grupo. Nadie le pidió datos, ni filiación, ni declaración de intenciones sobre el sendero. Mandó un simple correo, el cual fue amablemente respondido por el líder subversivo con recomendaciones acerca de pitanzas, pertrechos y atavíos más apropiados para el lugar y la época del año; y tan sólo hubo de abonar una pequeña cantidad como señal. A pesar de viajar solo y pretender ir de incognito, fue desde el primer momento hostigado por el resto del grupo, quienes pretendían arroparlo con toda suerte de ofrecimientos: galletitas, invitaciones a cerveza, a ir a una discoteca en San José, etc. Esta aparente amabilidad y confianza hacia el extraño no deja de ser una muestra de la contumaz estrategia proselitista que caracteriza a estas sectas y grupos subversivos. Nada excepcional, refería en su primer informe, salvo que esta afabilidad semejaba genuina y sincera.
El problema llegó con las excursiones. El hombre, que al ingresar en los servicios de información se imaginaba al volante de un Porche, rodeado de diamantes y bellas Mata-Haris, aguantó mal que bien la primera ascensión al collado de la Vela Blanca. El sudor y el polvo del camino mal se avenían con sus ínfulas de apuesto emulador del glamuroso James Bond, y el caminar en pos del fingidamente amable José Antonio resultó más arriesgado que combatir al atrabiliario Doctor No . De tal guisa que cuando supo de la mayor dureza de la siguiente caminata por la cala de San Pedro y la del Plomo hasta Agua Amarga, decidió que hasta allí habíamos llegado. Tomó un taxi de vuelta y tras pedirse un mes de baja, recurrió a todos sus derechos como funcionario público a fin de solicitar traslados, pluses de peligrosidad, etc. Incluso se comenta que presento una denuncia por mobbing, y que anda moviendo los papeles pertinentes para solicitar ante el ISORM algún tipo de minusvalía laboral.
​El segundo dicen que se despeño por el Barranco del Poqueira cuando andaba pelando la pava con una lozana caminante natural de Alguazas. Aceleró el ritmo tras un sutil cimbreo de caderas de la subsodicha, en abierto desafío a las reglas no escritas del paso alpujarreño. Un mal paso, en definitiva, que lo mantendrá alejado del servicio unos meses.
​El tercer agente tuvo un final más dramático si cabe. Entre pasos, amabilidades compartidas, dimes y diretes, acabó liándose con una montaraz senderista sueca, a la sazón estudiante con beca Comenius en Murcia, quien dicen que lo condujo a las más escarpadas cimas del placer. El hombre, poseído por la fe del converso, se ha convertido en paladín del movimiento senderista. Preso de su peculiar síndrome de Estocolmo, sólo habla de excursiones, bellos paisajes, salud, paz y AMOR. No ha faltado a una excursión desde entonces y desde Interior se trabaja para tramitar su expulsión del servicio. Lo que, todo hay que decirlo, se antoja difícil, pues anda asesorado por un grupo de abogados senderistas.
​ Esta azarosa historia nos hace aumentar aún más la guardia ante el elevado índice de contagio que presenta el virus senderista. Advertíamos también del peligro de que este infausto virus se cruzara con cepas propias de otras actividades de similar naturaleza subversiva: LECTURA, bicicletas, piraguas, Murcia no se Vende, etc.; la posibilidad de que mutara y se hiciera absolutamente resistente a los cantos de sirenas de los reclamos del consumo y sofisticadas vacunas televisivas. Ni qué decir tiene que esto lamentablemente ya está ocurriendo. El PASO ALPUJARREÑO ha sido la puntilla y ha colocado el senderismo en línea con otra corriente internacional de carácter abiertamente subversivo ¿Han oído hablar de ese movimiento que empezó a extenderse desde Italia y que llaman SLOW-CITTÁ? Se trata de una aberrante actitud propia de la postmodernidad. El SLOW-CITTÁ reivindica un modelo de vida y de ciudad de ritmos lentos. Una ciudad manejable, hecha a escala humana, la comida a fuego lento, SLOW-FOOD frente a FAST-FOOD, las largas horas de conversación y amistad a la luz del hogar. Abomina del trabajo estresante, de los veloces vehículos a motor; y aboga por transporte público, comida de olla, jornadas de trabajo mínimas, poco sueldo, poco gasto y mucho trato entre vecinos. Pues sí, los senderistas llegaron a la Alpujarra y allí conocieron la tradicional forma de caminar de una tierra antigua y sabia, sentenciosa y cabal, mora y andaluza: el tradicional PASO ALPUJARREÑO. La alpujarra se saborea con calma, con suavidad, al ritmo lento de sus pasos. Parece que sus pobladores ya disfrutaban de los encantos de la postmodernidad antes de que se acuñaran los conceptos de modernidad y progreso. En las calles de Busquístar, Mecina-Bombarón o Bubión contemplaron los senderistas la paz y saludable parsimonia de los ancianos alpujarreños, quienes en su día a día son capaces de remontar importantes desniveles en su cadencioso andar del bar a la tienda, de la tienda a casa, y de casa a su huertecita en el valle. Por si fuera poco, ellos ya disfrutaban de un slow-food autóctono, en la forma de su cocido alpujarreño. Si a esto sumamos las pelotas de pava, los calderos, paparajotes, arroz con pava y demás artillería culinaria murciana, los días de la pizza y la hamburguesa están contados. ¡Ha vencido la tortilla de patatas! En definitiva el caos y la puntilla a nuestro modelo social y económico hecho de buenos coches, hipotecas eternas, Fórmula I, anónimos adosados en el extrarradio, comida rápida en comedores corporativos y centros comerciales, promoción laboral, etc. De vuelta a Murcia ya se ha podido observar por la Gran Vía, por Santo Domingo y la Platería, por la Corredera lorquina y la cartagenera calle del Carmen los estragos que en la circulación peatonal está ocasionando ese malhadado paso alpujarreño. Se generan atascos en las vías centrales ante la pasividad de unos viandantes que se paran en cualquier esquina para hablar plácidamente con sus convecinos, sin prisas pero con muchas pausas, y muchas risas. Las empresas ya advierten cierta indiferencia ante las perspectivas de promoción laboral, se rechazan puestos de responsabilidad y en la administración abundan las solicitudes de trabajo a media jornada al amparo de las nuevas leyes de conciliación de vida familiar y laboral.
​¡¡Esto ya no hay quien lo pare!! El virus senderista rebrota reforzado por los dislates foráneos del SLOW-Cittá y endémicos resabios de una sociedad pre-industrial, resistentes en zonas tradicionalmente atrasadas, cuyo paradigma resulta ser el PASO ALPUJARREÑO. La sociedad tal y como la conocemos se encamina sin remedio a su disolución.
​En los informes que, entre delirios, envía nuestro iluminado agente espía, se incluyen jocosos comentarios, chascarrillos varios y chistes alpujarreños contados al calor del camino, que muestran el desparpajo y confianza con que estas huestes subversivas se emplearon en sus fechorías a lo largo del valle del Poqueira y la Taha de Pitres.
Para muestra un botón:

Imagínate que el otro día dos rumbosos clítoris, ataviados de coloristas jarapas y tocados de sombrero alpujarreño de ala ancha, paseaban despreocupados por el valle del Trevélez, cuando a la altura de Ferreirola uno dice al otro.
- “ Ea quillo, que isen por allá por Lanharón que tu, ¡Ozú!, que tu no te corre’.”
A lo que el interpelado replica molesto:
- “ Pero qué me diseh, quillo, tremendo embu’te, ¡ea, malahe!, eso…, eso son la’ mala’ legua’.”

O el de la pareja de Orgiva, que tratando de encontrar una salida a su ya rutinario sexo marital, atiende a un anuncio clasificado en el Ideal de Granada en que se ofrece un morenazo mandinga para abanicar a las parejas en pleno devaneo sensual.
“¡Ea quillo, que por probar no quede!”
Así que contratan al mandinga y tras veinte minutos de armonioso abaniqueo, la pareja comprueba que aquello no funciona como preveían. Por lo que ella sugiere:
“¿Y si te pusiera’ tú a abanica’, mi arma, que seguro que le pone’ má’ grasia y mejo’ ritmo, y dejamo’ que el moreno se ponga aquí ensimita?”
Dicho y hecho. Y aquello se convirtió en una festiva verbena cuyos apasionados quejíos se dejaban sentir hasta más allá de Trevélez y por la cima del Mulhacén. A lo que el marido emocionado sostiene con firmeza y pasión el enorme abanico y espeta al moreno que le mira con los ojitos transidos de placer:
“¿Y tú cobra´ por abanica’, quillo? ¡Mira…, mira..ea, aprende, aprende cómo se abanica, aprende..!”

Inquietante, ¿no es cierto? SEGUIREMOS INFORMANDO…

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