sábado, 24 de mayo de 2014

PODEMOS para descreídos y renegones

PODEMOS para descreídos y renegones

Manda huevos que a estas alturas a un tipo gruñón, descreído y receloso de todo tipo de salvapatrias carismáticos e impostados Tribunos de la Plebe, le remueva las entretelas ese tipejo menudo y locuaz, de aires perrofláuticos, coleta al viento y pendiente antiglobalización que atiende al alias de Pablo Iglesias, ahí es ná. Hay que joderse cómo está el patio que por momentos me escuecen hasta los colindrones al oirlo decir con convicción y sin complejos lo que tantos pensamos. No, no soy nada idealista en mis juicios acerca de la humanidad, ni me idéntifico con cierta visión guay enrolladita, aderezada de danzas del mundo y velitas en la noche de san Juan, tan extendida entre cierta muchachada de izquierda post-moderna. Antes soy un pertinaz apóstol del rasking hueving hispanicus y la copla, que de meditaciones orientalizantes, rollo zen y demás cuentos chinos. Mi patria es mi gente, la lengua de Cervantes, la de Saramago y la de Lluis Llach.  Me considero un tipo porfiadamente escéptico, renegón y metódicamente desconfiado, si bien no especialmente huraño, moderadamente afable y por momentos bien intencionado. Todo ello no me impide sentir una moderada, tirando a alta, simpatía hacia quienes participan de una idealizada visión de los hombres, sus utopías sociales y ensaladillas multiculturales. Si con un porrete, cierto aire hippy-cool y unos toques de música étnica, alguien consigue reconciliarse con este valle de lágrimas global, no seré yo quien le enmiende la plana.
Ese contumaz escepticismo hacia proyectos colectivos redentores, democracias directas y autogestión, a mi pesar reforzado cada vez que asisto a la reunión anual de mi comunidad de vecinos o a un claustro de profesores, queda sobradamente superado ante la repugnancia moral que me producen las oligarquías de poder a lo largo y ancho de la historia y sus geografías.  Es esa repugnancia por los abusadores y la empatía hacia los que los sufren la que me impide caer en un cinismo cómplice.  Sin embargo, ese visceral rechazo al compromiso social activo casa mal con la solidaridad que siento hacia las múltiples victimas de este disparate de modelo social y económico. Y la enorme admiración que me producen tantos héroes anónimos que se implican en proyectos a fin de paliar tal sufrimiento. Y entiendo que son estos fugaces destellos de dignidad aquí y allí lo único que a ratos nos redime de la por lo general miserable condición humana.
Tras años de reflexión y alguna lectura acerca de qué es eso del compromiso social y ético, porqués y paraqués, imperativos kantianos, Sartre, Bakunin, Lenin y demás parafernalia redentora, al final me quedo con el Capitán Trueno y esas películas tan maniqueas que veíamos los niños de los 60 y 70, como referente de mi estructura moral. Las personas decentes necesariamente van con los buenos y ¡es tan hermoso cuando se joden los malos!
Y todo esto a cuenta de qué, si la idea inicial no era hablar de mi libro, que diría Umbral. Como en mi caso, intuyo que somos legión las personas que sin grandes alharacas colectivistas nos hallamos indignados, cabreados o asqueados, elijan el adjetivo, con este espectáculo indecente de ineptos y corruptos al mando del timón. Ineptocracia al servicio de una malvadocracia global. Y no nos vamos a colocar un pasamontañas, echarnos al monte o arrojarnos a quemar contenedores. Lo que todos queremos es que cada mes nos paguen la pensión, cobrar regularmente la nómina y unas irrenunciables garantías educativas y sanitarias.  La política es para mí y para muchos como la salud, que sólo merece nuestra atención cuando sobreviene la enfermedad. Es entonces cuando nos aprestamos a entender qué hostias es la hemoglobina glucoxilada o para qué coño sirve la próstata. ¿Habremos pues de aprender a debatir acerca de la cuarta internacional? Por mí, dejaba que Marat se pudriera en la bañera y me cagaba en sus sans coulottes. Pero no es uno mismo, son los cientos de miles de desamparados, pensionistas, jóvenes sin futuro, etc., y como se ha dicho en repetidas ocasiones, la política, si no la haces tú, te la hace esa panda de desalmados. Y es esa consciencia, ese nauseabundo gusano de nada que decía J.P. Sartre, forjada a mandobles en la lejana Tule o a disparos de Winchester en la árida Arizona, que empieza a revolverse y escocer, y la comezón se hace insoportable.
Y es en esto que me llegan los videos de unos jóvenes descarados, comprometidos, sin complejos y sobradamente preparados que nos dicen lo que siempre he pensado, que las gentes decentes somos más y que esa pequeña oligarquía de villanos no puede pararnos si todos nos constituimos en una suerte de mancomunado sujeto social y político.
Esa mayoría social decente no quiere una violenta convulsión social. Quiere tan sólo llevar una vida modesta y digna, pero se nos hace insoportable ser testigo del deshaucio de una vecina dependiente, mientras una clase política indecente entrega nuestro futuro en forma de millones de euros a los mismos sinvergüenzas que se enriquecieron con la burbuja inmobiliaria.
Hablo, sí, de Pablo Iglesias y de ese proyecto de gran movilización social al margen de partidos que han dado en llamar PODEMOS. Siempre, repito, desconfié de líderes con carisma y oportunistas Tribunos de la Plebe pero hay algo en estos jovenes activistas que desafía todas mis prevenciones. Nuestra estructura como animal social, tras un dilatado proceso de hominización, parece precisar de estos referentes visibles. Me impresiona su agilidad mental, su incisiva locuacidad y su sólida formación intelectual, la convicción y honestidad que rezuma. Al fin y al cabo un joven tan preparado, con tantas matrículas de honor en su expediente, profesor universitario, doctor con múltiples publicaciones a tan corta edad, podría haber apostado cómodamente por ingresar en la élite de mandarines. La oligarquía dominante siempre ha sabido premiar e integrar, al menos como menestrales, a los más capaces. Tanto él como el resto de jovenes que animan este proyecto han escogido el sacrificado camino del activismo social en pos de un gran cambio, de un nuevo contrato social que precisa de esa gran mayoría social de gentes decentes. De todos depende que ese proyecto no descarrile, sobre todo de que se sumen cientos de miles de personas sensatas y honestas de todos los colores, condiciones y menesteres. Las futuras revoluciones deben huir de exabruptos violentos que sólo conducen a más represión y a su descrédito ante el despliegue mediático que pone en marcha el poder. No hay ningún Palacio de Invierno que tomar, la naturaleza del poder es tan protéica que sólo la fuerza que puedan desplegar millones de personas decentes participando, debatiendo y emprendiendo acciones cívicas tiene alguna posibilidad. Con propuestas bien explicadas acerca de cosas tan variadas como consumo responsable y justicia,  incluso sobre nuestro modelo de ocio y de vida, sobre infinidad de pequeñas y grandes cosas,  y claro también sobre acción política y solidaridad, podemos hacer que el montaje que ha dispuesto la oligarquía imperante se desplome como un castillo de naipes.
Así vimos caer la Unión Soviética, su osteoporótico esqueleto sencillamente implotó. Y así espero que caiga esta sinrazón para la que no me sirven los adjetivos al uso.

Es por todo ello que este descreído aguafiestas va implicarse hasta las trancas en este proyecto ciudadano que llamamos PODEMOS. E invito a cuantos renegones de pelajes varios se sientan en parte identificados con esta actitud a participar de este proyecto. En la medida en que se implique gente distinta: profesionales, pensionistas, comerciantes, integrantes en definitiva de esa mayoría silenciosa a la que tanto dora la píldora como desprecia la Casta Política reinante, podemos hacer que PODEMOS sea un instrumento útil para el cambio. Si al final es una pequeña asamblea de conocidos activistas, curtidos en mil batallas pero sin capacidad para llegar al grueso de la sociedad, habremos perdido otra oportunidad. Pero me da que esto va a ser distinto, descreídamente lo creo y lo necesito creer.