jueves, 7 de noviembre de 2013

La rebelión de los pasos I




Un nuevo fantasma recorre la Región: es el fantasma del senderismo. No, no estamos parafraseando el viejo manifiesto de Carlos Marx, hablamos de un nuevo fenómeno que paso a paso, de forma silenciosa, amenaza con minar los cimientos de nuestro modelo social y económico. Como una mancha de aceite se extiende y recorre caminos, valles, ramblas y montañas murcianas. No hay paraje que se les resista, son los senderistas: una inminente amenaza para centros comerciales, agencias de viajes, restauradores, hosteleros, publicistas, medios de comunicación, marcas deportivas, star system, etc. Ellos y no Zapatero, los bancos, especuladores o políticos derrochadores empiezan a ser identificados como los causantes de la pertinaz crisis económica que se ceba con la Región y con el pais.

Por las ramblas del Cañar y el Valdelentisco, siguiendo la ruta de antiguas romerías a santuarios marianos; por la Ermita de la Encarnación en tierras de Caravaca, recuperando ancestrales peregrinaciones que se remontan a druidas celtas e íberos; por el Carche y el Monte de las Cenizas, por Carrascoy y el valle del río Chicamo, por todos sitios parece haberse desatado esta nociva costumbre hasta alcanzar proporciones de verdadera epidemia.

¿Y cómo empezó todo? Pocos podrían responder a ciencia cierta. El inicio de tales prácticas se pierde en las nebulosas del camino. Aunque comienzan a difundirse diversos mitos fundacionales. En uno de ellos se rumorea que hace años, Pencho Meseguer, natural de Pliego, un buen día tras finalizar sus quehaceres en el huerto y atribulado como se hallaba el buen paisano tras una acalorada discusión doméstica con la Chacha Mariana, tuvo a bien echar a andar hacia la Fuente de la Portuguesa. A su vuelta se vio al hombre relajado, e incluso se atisbaba cierto aire socarrón en su mirada. Adquirió Pencho el hábito de repetirlo, llegando a Casas Nuevas y hasta Malvariche. Al tiempo empezaron a acompañarle otros paisanos y todos hallaron en la nueva afición: solaz, contento, compañía y demás buenas sensaciones. No dejan de ser vagas suposiciones. Lo que sí es cierto es que, sin haber aparentemente relación directa entre ellos, diversos grupos de caminantes armados de bota y bastón dieron en hacer lo propio en distintos parajes de la antaño denominada Cora de Teodomiro, también conocida por la Coponia (comarca del sureste español cuyos imprecisos confines quedan vagamente delimitados geográfica y culturalmente por la isoglosa lingüística que traza la expresión ¡Acho, copón! y por el atávico hábito gastronómico de las pelotas de pava y embutido el día de navidad).

Lo cierto y verdad es que la rebelión senderista parece imparable y las partes afectadas: gobierno regional, fuerzas vivas de la economía, los negocios y medios de comunicación empiezan a diseñar estrategias para combatir lo que de no hacerlo acabará por socavar los mismos cimientos del sistema.

Fueron los responsables de los nuevos macrocentros comerciales de Murcia, los primeros en dar la voz de alarma al apreciar un notable descenso en la tradicional afluencia dominical a los mismos. ¿Para qué demonios se habían invertido aquellas ingentes sumas en construir estas modernas catedrales del consumo si a la gente le daba por tirarse el domingo al monte?
Siguieron los bares de noche y restaurantes, quienes acusaron una sustancial merma en sus ganancias las vísperas de festivos. Las cenas pantagruélicas y las copas de los sábados noche parecen inconciliables con madrugar la mañana siguiente. Estos nuevos subversivos ni siquiera paran en una venta a comer, ¡se llevan fiambreras y bocadillos!, y se los ventilan sobre un risco o a la sombra de una vieja encina. ¿Dónde se ha visto tamaña desfachatez?
Las agencias de viajes estallaron de indignación al no poder completar para el puente de la Constitución sus estupendos paquetes turísticos con todo incluido. ¡Se fueron a la Sierra de Grazalema, a un albergue juvenil! El colmo, si consideramos que en su mayoría se trata de bien granados señores de cuarenta y cincuenta. Encima aducían razones tan espurias como lo de turismo masificado y convencional.

Y luego están las televisiones, clubes de fútbol y los obispos. Increíbles retrasmisiones deportivas típicas de los domingos por la mañana: motociclismo, Fórmula 1, esquí, pierden audiencia a pasos agigantados ante la indiferencia de estas hordas senderistas que sacrifican misa, centro comercial, partido y restaurantes por ir al monte a caminar. Si esto sigue así el chiringuito se nos viene abajo, se lamentan los afectados. ¡No gastan en nada los jodíos! Los bastones no parecen caducar ni estar sujetos a la noble práctica industrial llamada obsolescencia programada. Y unas buenas botas duran y duran, y duran.

También las farmacéuticas están a la greña. El imparable descenso en el consumo de ansiolíticos, antidepresivos, fármacos para el colesterol, etc., no se compensa con alguna que otra tendinitis u ocasional esguince.

Diversos sectores profesionales se hallan en el punto de mira. La organización médica colegial parece confusa, pues se ha sabido de facultativos que no sólo recomiendan el senderismo como fuente de salud, sino que ellos mismos lo practican. Algo parecido ocurre con ciertos sectores educativos a los que se acusa de desviar dinero público para la organización de sospechosas actividades extraescolares al aire libre. Sus promotores lo niegan y ocultan sus intenciones bajo el sofisma de lo que llaman educación medioambiental. No hace mucho la asociación de padres en un colegio público de Murcia, con toda seguridad contagiados por el virus senderista, puso reparos a la organización de un fin de semana de esquí subvencionado. ¿Qué necesidad había de crear en los niños esas caras aficiones a tan temprana edad? ¡Los obcecados progenitores osaron sugerir la organización de excursiones!

Incluso desde alguna Dirección General de la Comunidad Autónoma se llegó a publicar rutas de senderismo. Un portavoz del Gobierno Regional, presionado por la patronal, salió recientemente al paso de estas noticias manifestando que nunca han alentado en el pasado, ni lo harán en el futuro, las actividades senderistas, tan nefastas para la economía regional. Es más ya se trabaja en el diseño de políticas eficaces a fin de atajar el perjuicio que ocasionan tamaños dislates.

Por su parte, responsables de la Consejería de Cultura y Turismo alertan del daño que supone para la imagen de marca de la Región. Tras años de esfuerzos en el fomento de un turismo de calidad, a base de resorts, campos de golf, puertos deportivos, aeropuerto en Corvera, Paramount, Murcia no-typical, etc, llegan estos caminantes de medio pelo a popularizar hábitos que no se ajustan a nuestro modelo de ocio deportivo. Los turistas y nuevos residentes foráneos quedan pasmados cuando los ven. Su actitud es un intolerable desafío a un sistema de ocio bien organizado y generador de riqueza para la Región. No compran entradas, no juegan al golf, no alquilan apartamentos en verano junto a los nuevos yatch club. Para más inri, cuando llegan de sus subversivas actividades dominicales aparcan frente a unos céntricos grandes almacenes, agitando desafiantes sus bastones y paseando sus embarradas botas y multicolores atavíos entre las gentes decentes que se aplican con ejemplar diligencia a lo que se supone que han de hacer los ciudadanos probos y adultos una tarde de domingo, que no es otra cosa que comprar y mirar escaparates.

Las federaciones deportivas de la región rechazan el considerar el senderismo como tal. No se compite, no se gana nada ni a nadie, no se generan derechos de retrasmisión en los medios, no se gasta en bonitas camisetas uniformadas. Todo en el senderismo semeja desorden y descontrol. A lo sumo el que antes llega ha de armarse de paciencia franciscana y esperar al último. Todo ello es incompatible con el fomento del espíritu deportivo y los nobles valores competitivos.
El responsable de Interior admite la gravedad del problema pero resalta la dificultad que supone controlar estos grupos y su contagiosa influencia en la ciudadanía. Las células senderistas no responden a una estructura orgánica jerarquizada. Sus relaciones son fluidas y no atienden a los patrones de las organizaciones subversivas clásicas. Se sirven de internet y las nuevas tecnologías para mantener contactos y dar publicidad de sus actividades, incluso organizan foros y blogs. Pero todo ello de forma poco estructurada, lo que hace imposible su control. Sus líderes no se comportan como tales, rechazan el ejercicio de la autoridad y de los atributos del mando. Cualquier senderista que conozca una buena ruta, lanza la idea y se tira al monte, otros lo siguen y a su vez lideran nuevas excursiones con conocidos y amigos. Las rutas se comparten sin generar derecho de uso alguno ni pretender el menor protagonismo. Nadie parece reclamar derechos de propiedad de ideas o senderos, en abierto desafío a los fundamentos de la sociedad y la economía de mercado que sustenta nuestro modo de vida. Los caminantes se juntan y comparten los gastos del autobús, no hay más negocio. A partir de ahí, todos a caminar siguiendo al guía, quien ostenta a lo sumo una cierta autoridad moral sobre el sendero.

Comentan que uno de los grupos más activos y por ende más potencialmente dañinos es el formado en torno a un cabecilla que responde al alias de José Antonio y es natural de Torreagüera, la tierra del otrora peligroso y subversivo caudillo: Antonete Gálvez, quien allá por el siglo XIX desató aquella atrabiliaria revolución cantonal, haciéndose fuerte en el Miravete y por tierras de Cartagena. Este nuevo caudillo de Torreagüera no responde al perfil convencional de un líder: semeja menudo aunque fibroso, de maneras suaves aunque no afectadas, dialogante a la par que porfiado. Nunca vocifera ni amenaza, pero su paso es firme y perseverante. Un subversivo, en definitiva, de la peor jaez, que bajo una fingida piel de cordero ha reunido a su alrededor una cuantiosa mesnada donde abundan auténticos fanáticos del camino. Sorprende la inusitada fidelidad que le muestran sus secuaces. Nadie ha osado delatar su paradero, ni tras someterlos a refinadas torturas consistentes en interminables horas de visualización del canal de televisión regional. Es más, este sujeto se muestra ubicuo como pocos, armado de GPS anda siempre en constante movimiento por las sierras de la Región, que conoce como nadie. Atraparlo se antoja una quimera para las fuerzas de Seguridad.

Elementos afectos a este grupo ensalzan, en un alarde de fanatizado proselitismo, las supuestas bondades de estas prácticas: salud, forma física, amistad y compañía. Además está el conocimiento del medio, condición previa para valorar nuestro patrimonio natural, arqueológico, etnológico y cultural: tradiciones, artesanía, gastronomía. Hay quienes afirman que el senderismo les ha servido para superar baches emocionales, de forma más eficaz que los psicólogos o el prozac. Hay quienes han encontrado amistades e incluso pareja. Incluso están los que declaran haber advertido una notable mejoría en su rendimiento erótico-festivo. Vienen del monte con remozados deseos, será por lo del verde, y cuando llegan a casa, ni encienden la tele, se aprestan raudos a sus íntimos devaneos.
La socióloga Pilar del Camino advierte además de otro fenómeno potencialmenente peligroso. Desde el pasado verano se viene observando en las playas de los parques naturales de Calblanque y Calnegre, así como en el Portús, la presencia de bañistas y caminantes que compartían libros y los dejaban en lugares de paso con el avieso propósito de que otros los leyeran. El riesgo estriba en que se crucen las dos aficiones con lo que aumentaría exponencialmente el riesgo que comportan para el uso del tiempo libre y el ocio. Imaginen las consecuencias nefastas que se ciernen sobre nuestro mundo. Que importantes sectores de la población usen horas y horas de su valioso tiempo libre en sólo leer y caminar nos aboca al desastre. ¿Qué haríamos con pistas de esquí, centros comerciales, palacios de deportes, cadenas de televisión, hoteles? ¿Convertirlos en salas de lectura y librerías? Ni eso, pues prefieren leer en el campo o en la intimidad de sus casas. Además el camino les ofrece una extraordinaria oportunidad para compartir inquietudes y lecturas. Nos enfrentamos pues a uno de los mayores desafíos que ha conocido la historia reciente de la civilización.

En este punto al menos guardamos un moderado optimismo, pues la extensión del hábito de la lectura y demás devaneos culturales parece controlado en Murcia gracias a la eficaz labor preventiva desarrollada durante años por la Administración regional.

No ocurre así con el problema de la bicicleta, de similares connotaciones y ya observado hace décadas en el norte de Europa. Si bien tardó el llegar a nuestras ciudades, parece volver a echar raíces en una tierra en la que su uso ya era tradicional entre los huertanos. Ciertos grupos están reivindicando su uso en la ciudad como alternativa al tráfico rodado. Imaginemos el caos que pueden provocar y las nefastas consecuencias para la industria automovilística y el sector energético. Recientemente el uso de la piragua en la costa se esta sumando a esta silenciosa rebelión en el uso no consumista del ocio para conformar un paisaje de futuro lleno de sombras.

Consultados expertos de los más prestigiosos centros de conocimiento del mundo, todos observan fenómenos similares por todo el planeta y expresan temores parecidos. Desde principios de los noventa han surgido peligrosos teóricos de la Crítica Política y Social quienes, bajo la etiqueta de Otro mundo es posible, alientan el potencial revolucionario de estas prácticas al tiempo que brindan una perversa coartada intelectual a estos movimientos subversivos. Es el caso de Charles Path, discípulo de Noam Chomsky en el MIT : «La naturaleza del poder es ubicua. Ya no hay Palacios de Invierno que tomar o Bastillas que asaltar. Las manifestaciones en la calle tienen escaso poder. Sólo cuando la gente deje de ir a los centros comerciales y usar las tarjetas de crédito, apague las televisiones y abandone los automóviles para descubrir formas más auténticas de relacionarse con los demás y de usar su ocio, no mediatizadas por el consumo o el interés, el alienante sistema que nos domina se vendrá abajo como un castillo de naipes». Es por ello que el senderismo, junto a la lectura, puede derivar en la nueva forma de desobediencia civil: una resistencia callada y silenciosa pero efectiva. Desde esta óptica entendemos que coger botas y bastón y tomar camino se convierte en un acto revolucionario, un arma poderosa cuyas consecuencias pueden resultar demoledoras. Sobre todo si, como parece, va acompañado de conversación, interés por las pequeñas cosas, lectura, bicicletas y piraguas, un coctail explosivo.

Seguiremos informando de la evolución del fenómeno en sucesivas entregas. De momento, manténganse alerta, enciendan el televisor y acudan solícitos a sus centros comerciales armados de sus tarjetas de crédito, hablen poco con los vecinos, engorden y consuman de la forma más insostenible que hallen, es el mejor antídoto ante la nefasta influencia de la epidemia senderista.

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